Porque debemos creer en Su venida
Antonio Bolainez
De pronto hubo un gran terremoto, porque un ángel del Señor descendió del cielo y, acercándose, removió la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. De miedo de él, los guardas temblaron y se quedaron como muertos. Pero el ángel dijo a las mujeres: «No temáis vosotras, porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos y va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis. Ya os lo he dicho». Mateo 28.2–7
En el año de 1991, estaba en el Muro de los lamentos en Jerusalén. Eran como las nueve de la mañana, y estaba con unos amigos jóvenes judíos, nativos de Jerusalén. Cuando de momento, en la esquina del Muro, justo cuando muchos musulmanes bajaban de su acostumbrado rezo en el monte del templo, un personaje vestido de musulmán les empezó a predicar.
Me quede asustado, y pregunté a uno de los jóvenes amigos que entendía el árabe, que me tradujera lo que estaba predicando.
La sorpresa fue grande, ¡Él estaba predicando de Jesús! Que no estaba muerto, y que había resucitado.
Al final fui para saludar a este personaje, y lo invitamos a una cafetería; que en ese entonces estaba al frente del Muro de los Lamentos. Le pedí que me compartiera como él siendo musulmán se había convertido a Cristo Jesús; y de manera breve esta fue su historia:
“Yo soy de Irak, me dijo, y como buen musulmán, un día emprendí mi viaje hacia La Meca de Medina en Arabia Saudita, para ver la tumba de Mahoma. Una vez cumplido mi sueño, alguien me dijo: Ya cumpliste tu sueño de ver la tumba de Mahoma, ahora te queda por cumplir el visitar el tercer lugar musulmán más sagrado, es decir, el sitio donde se dice que Mahoma viajo a los siete cielos, desde el Monte del Templo en Jerusalén.
Así que emprendí mi peregrinación rumbo a Jerusalén. Me establecí entre la comunidad palestina, y en los primeros tres meses, trataba de subir a hacer los rezos musulmanes al Monte del Templo.
Cuando regresaba, a eso de las nueve de la mañana, pasaba por una parte donde hay un lugar religioso. Y miraba que siempre había mucha gente haciendo fila para entrar a ese lugar. Así que pregunté a uno de los palestinos que tenía venta ambulante, sobre que era aquél sitio.
Él se rió de mí, y me dijo: ¿Realmente no sabes que es ese lugar? No, respondí. Y me contestó, es la tumba de Jesús, el profeta del que habló Mahoma.
Entonces pensé, esta es mi oportunidad de ver la tumba de Jesús. Y así, cuando regrese a Irak, contaré a mis ancestros que también conocí la tumba del profeta Jesús.
Me puse a hacer fila, y llegado el momento, entré con un grupo de unas siete personas —porque la fila era grande—. Mientras el resto solo miró y salieron, yo me quede adentro con mi collar de rezos musulmanes, para rezar frente al lugar donde debía de estar enterrado Jesús, como es el caso de Mahoma en La Meca.
Pero quedé confundido, porque no miraba ninguna tumba en el lugar a donde había entrado. Luego uno de los guardas me indicó: Salga por favor, hay mucha gente esperando. Le dije, es que estoy confundido, ¿Por qué?, me respondió el guardia. Es que quiero hacer el rezo musulmán, pero no veo la tumba de Jesús, como la de Mahoma. Él se rió y me dijo: Mira lo que dice en la puerta, está escrito también en árabe; y mire el letrero que decía: «Él no está aquí, Él resucitó». A partir de ese momento cambió mi vida, hasta hoy en día.
Conseguí el Nuevo Testamento y leí toda la historia del evangelio. Me di cuenta que Él, no solo resucitó, sino que también regresará de nuevo. Desde entonces, me di cuenta de la gran diferencia con el resto de las religiones. Todos hablan de su propio mesías, pero ninguno de ellos tiene el poder del mensaje que tiene el evangelio.
El evangelio tiene que ir acompañado del poderoso mensaje que él resucitó, pero también que Él vendrá otra vez. Si alguna iglesia predica el evangelio sin el mensaje de su segunda venida, me dijo; esa iglesia es igual que el resto de las religiones, muerta, porque nuestro mensaje es poderoso si también predicamos y esperamos su venida”.
Poderosa verdad la que me dijo este personaje, y nunca he olvidado esa experiencia en el Muro de los Lamentos en Jerusalén. Y por eso siempre he predicado, y nunca me cansare de predicar, de Su gloriosa segunda venida. Primero en Su arrebatamiento, para llevar a los santos a las bodas celestiales, y Su gloriosa Segunda Venida, para establecer el reino milenial.
En estos momentos en que estamos siendo testigos de cosas terribles como la que están pasando en mi precioso país Nicaragua, y las grandes convulsiones políticas y religiosas, es cuando más que nunca nuestras iglesias deberían de estar hablando con ahínco sobre la inminente venida del Señor.
Es lamentable la enorme frialdad de nuestro liderazgo evangélico en forma global, mostrada en su silencio. Es decir, están callados, y no están alertando a sus iglesias de esa magno acontecimiento que puede pasar en cualquier momento.
Creo que este enfriamiento de nuestras iglesias evangélicas, en gran parte es culpa de nuestros liderazgo, que parece estar más enamorado de las riquezas de este mundo, que en estar alertando a la feligresía.
Como cristianos, no podemos de dejar de predicar el evangelio. Pero que nuestro mensaje sea mucho más poderoso. Tenemos que hacer énfasis en su resurrección y en su segundo y gloriosa venida.
Solo quería dejarles esta corta reflexión, y pídanle a sus pastores que también prediquen que Jesús viene pronto; más pronto de lo que imaginan.
Les dejo este precioso pasaje de la Biblia:
Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y lo recibió una nube que lo ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales les dijeron: —Galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como lo habéis visto ir al cielo. (Hch 1.9–11).